Emilio Calatayud

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Emilio Calatayud

  Educar entre todos   
  Conferencia de Emilio Calatayud

Emilio Calatayud     Hombre campechano y de verbo fácil, tiene la extraña habilidad de arrancar el aplauso unánime cuando se mueve entre temas que los políticos suelen usar para la confrontación y el debate estéril.

     Sus primeras palabras funcionan como un lazo que atrapa al auditorio y lo arrastra hacia él con tirones de empatía y llaneza. 
     No es de extrañar que llenara el amplio gimnasio del IES Santo Reino de nuestra localidad, un caluroso miércoles de junio, y a una hora en la que apetece cualquier cosa excepto que le recuerden a uno que en casa tiene un problema en forma de adolescente irredento. Y, no obstante, allí acudió en tropel ese ejército mixto de padres/madres y profesores/as, en disposición de cargar las pocas armas que parecen quedar para librar esta batalla de la convivencia entre generaciones condenadas, en principio, a no entenderse.

     Entre profeta y tahúr, este juez de menores nos deja claro desde el principio que él juega con dos barajas, siendo la de ser padre la que le resulta más difícil. Hecho incontrovertible, pues nadie le rebate con el gesto tal afirmación. ¡Con lo que cuesta llegar a la judicatura!

     No usa la terminología jurídica propia de su cargo, lo que le otorga ese carácter afable que comparte con el médico que sabe comunicar a su paciente lo que padece, con tacto pero sin remilgos. Y así se nos presenta este hombre, como un médico conocedor de las enfermedades que acucian a esta sociedad que, por ser una democracia aún joven, se ha mudado de un extremo a otro en poco tiempo.

     “¡Qué difícil es ser padre!” exclama, atrayendo de nuevo el interés compartido de padres y docentes. Y nos va contando casos y cosas que a él, como juez, le han tocado vivir. Episodios delictivos y estadísticas criminales, oídos de su boca, llegan desprovistos de la crudeza a la que nos tienen acostumbrados los medios basura. Y no por ello resultan menos espeluznantes, sobre todo por el hecho de que, en todo momento, estamos hablando de menores como protagonistas.

     Emilio Calatayud tiene dominada la tentación de buscar culpables y acusar a diestro y siniestro. Su sistema, si es que lo tiene, consiste más bien en hacernos entonar un mea culpa colectivo, y… sálvese quien pueda. Así, recuerda a los padres el difícil pero efectivo equilibrio que ha de haber entre derechos y deberes en justa reciprocidad paterno-filial. Y nos avisa, segundos antes de ahogar sus palabras bajo un nuevo aplauso, que “un padre no puede ser colega de sus hijos, sino que tiene que ser padre; si se empeña en dejar de ser padre para convertirse en su amigo, corre el riego de dejarlos huérfanos”.

     Hace también referencia al casi desaparecido principio de autoridad que debe avalar la tarea de los educadores y, por definición, la de todo funcionario, dado el carácter de servicio público que rodea al desempeño de su labor: “la figura del «Maestro» debe ser dignificada. El Maestro debe seguir siendo Maestro porque es parte primordial en la educación de los hijos”.

     No es que estemos faltos de leyes –nos aclara-, o que necesitemos cambiarlas o adaptarlas. Bastaría con aplicar las existentes. Y para ilustrar su simple tesis cita como ejemplo las contradicciones en las que puede caer el personal sanitario que atiende a una menor cuando ésta requiere la píldora del día después. La ley indica que una menor de doce años “o menos” no “es capaz ni intelectual ni emocionalmente de comprender el alcance de su actuación y sus consecuencias, por lo que precisa el consentimiento de sus padres, tutores o representantes legales”. Entre trece y quince años, debe ser un médico el que evalúe la “madurez de la menor y, tras ello, decidir si, según su criterio posee la madurez suficiente para comprender el alcance del tratamiento”. Si el médico considera que la chica en cuestión sabe lo que hace, no es preciso avisar a los padres.

     Pues bien, sin entrar en consideraciones morales sobre esta ley, el juez directamente nos informa de que por ligereza o por insuficiencia del sistema informático, muchos facultativos dispensan dicha píldora saltándose alegremente las pocas cortapisas que la regulan. Por ello, se ha dado el caso de chicas menores de edad que han llegado a consumir esta píldora hasta 5 veces en un mes ¡porque no existía un historial telemático compartido! Es decir, en la conciencia juvenil (o infantil si nos apuran) la píldora del día después no es conocida por sus propiedades abortivas, sino que se la considera un método anticonceptivo más. Para unos padres, inevitable consecuencia de la posmodernidad, para otros, una clara aberración.

     Antes de realizar un somero repaso a sus “Sentencias ejemplares”, nos advierte de que, aunque no sea políticamente correcto decirlo tan claro, tenemos “mucho niño loco”. Jóvenes con auténticos problemas psicológicos y psiquiátricos como consecuencia del consumo desorbitado de todo tipo de sustancias. Un problema cuya tendencia es ir en aumento. Y, para que nos hagamos una idea de lo fácil que es el acceso a dichas sustancias, cita algunas que, por su cotidianidad, producen asombro entre los asistentes.

     Se le agradece al juez que no abandone en ningún momento el tono jocoso con el que bandea, y hasta torea, la gravedad de unos asuntos que, de suyo, son escabrosos y lamentables. Nos parece así menos ardua la tarea de educar que, como alegato implícito en el título de la charla, es una labor compartida. En este clima de charla distendida y amena, ayudó a rematar la faena una paisana que, en el turno de preguntas, proclamó un “¡Viva…!” seguido de una emotiva evocación de la progenitora del magistrado. Aunque no recordamos si fueron éstas u otras las palabras que vino a proferir.

     Finalmente, agradecemos desde este humilde espacio la atención de Mª Paz Rodríguez Ortega, directora del IES Santo Reino, centro anfitrión de la conferencia, y la participación de las AMPAs de los centros educativos de la localidad y de las distintas instituciones colaboradoras. También dejamos constancia de nuestro agradecimiento y especial mención a la ingente labor de África Cámara Estrella, presidenta de la AMPA del Colegio Católico San José de la Montaña, promotora de tan feliz iniciativa.

 

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